Riesgos y oportunidades en un mundo complejo y amenazado

 



Antes de Descartes, Galileo o Newton, y quizás después de Aristóteles, Parménides o Arquímedes, la comprensión del mundo residía en tratar de indagar la mente de Dios. Era una misión peligrosa, pues orillaba la soberbia y atraía el recelo de los sacerdotes encargados de custodiar los dogmas y monopolizar el acceso a la verdad. Pero la revolución científica que encarnan los tres primeros nombrados, nacida de la Ilustración, desató algunos nudos, abriendo las puertas a la esperanza de tratar de encajar el universo en una panoplia de funciones sencillas basadas en la linealidad y la causalidad: toda acción implica un efecto y viene precedida por una causa. La separación progresiva de razón y dogma generó entonces la pretensión de un conocimiento libre de ataduras por el que transitar. Desde aquel mismo momento en que la ciencia tomó asiento para formar parte de la cultura social, la percepción de las personas instruidas comenzó a incorporar los elementos de una racionalidad que incluía el escepticismo crítico. Eso aconteció, por dar una fecha, en torno al siglo XVI, pero el avance científico no se detuvo en las expectativas de aquellos tiempos pioneros, como tampoco en las de la explosión del conocimiento que caracterizó el XX.

Aunque el camino iniciado era el correcto, hoy sabemos que el conocimiento de la realidad es una senda mucho más abrupta. Con el tiempo hemos descubierto que, para transitarlo, precisamos desentrañar cómo funciona nuestra mente y, así, entender la manera en la que construimos nuestras percepciones sobre un mundo rico en relaciones e interacciones no lineales que conforman un entramado enrevesado que dificulta deducir las consecuencias de las acciones. Se trata de un asunto particularmente destacado precisamente en el minúsculo rincón del universo que habitamos, donde la complejidad y una alta dosis de impredecibilidad explotaron con la aparición de la vida. Si Darwin nos situó en la vía adecuada para entender el origen de la diversidad de la vida, el genetista francés Jacques Monod acuñó, en su estela, la referencia afortunada al azar y la necesidad que titula su libro más famoso[1]. Previamente, el físico Erwin Schrödinger, en una brillante aportación interdisciplinar[2], había ofrecido una reveladora perspectiva acerca de cómo la vida es capaz de navegar en dirección aparentemente contraria a las leyes termodinámicas al crear orden localmente desde el desorden al que aboca la flecha de la entropía (la fatídica segunda ley de la termodinámica), y, a partir de ese orden, nuevo orden, es decir, vida desde la vida, un proceso complejo que se vería más tarde plasmado en los mecanismos del (mal) llamado dogma central de la biología molecular[3].

Sin embargo, con ser fecundo para la física mecánica y la química, el reduccionismo inherente a los principios del método científico sugerido por René Descartes mostró pronto algunas carencias que dificultaban el progreso de la biología. La comprensión de lo vivo no se acomodaba del todo a la disección y el análisis fragmentador propuesto por el pensador francés, quizás porque, en sí misma, la vida es una propiedad emergente ligada al viejo aserto de raíces aristotélicas que sostiene que el todo es más que la suma de las partes. Como sostiene la teoría celular que cimentaron Theodor Schwann, Jakob Schleiden y Rudolf Virchow, y remató Santiago Ramón y Cajal, la unidad mínima de vida reside en la célula y solo de ahí para arriba se puede hablar de organismos. La jerarquía en el orden es ley.

Por ello, en la primera mitad del siglo pasado, el biólogo teórico Ludwig von Bertalanffy trató de buscar una nueva forma de orientarse en los turbulentos mares de la complejidad gracias a la brújula de su teoría general de sistemas[4]. A su estela proliferó una pléyade de pensadores que fueron construyendo una red con la que buscaban atrapar la escurridiza contradicción entre el orden y el caos[5].

La metodología propia del enfoque sistémico expresa una forma de acercarse a la realidad por el lado opuesto al análisis reduccionista. Pretende mirarla usando un hipotético instrumento complementario al microscopio: el “macroscopio” que permitiera contemplarla dando primacía a las interacciones entre los elementos más que a ellos mismos[6]. Un sistema es, simplemente, un conjunto de elementos en interacción, y la sistémica pone el interés precisamente en esa interacción.

Mientras tanto, la certidumbre, ligada al determinismo que alguna vez había pretendido alcanzar Laplace con aquel diablillo para el que nada sería incierto, era herida de muerte y fue enterrada definitivamente por Heisenberg y su principio de indeterminación. Se desmoronaba así un edificio al que terminó de poner la lápida el matemático y financiero Nassim Taleb con su turbadora teoría de los Cisnes Negros y su reflexión sobre la desmesura de unos escasos sucesos impredecibles que, según el pensador libanés, “explican casi todo lo concerniente a nuestro mundo”[7].

Ya en la década de los sesenta del siglo pasado, el meteorólogo Edward Lorenz se había encontrado de frente con el caos matemático al tratar de construir modelos explicativos para el movimiento convectivo del aire calentado, abriendo con ello la puerta a una nueva dimensión en la investigación científica. No es banal que esto aconteciera precisamente en el seno de una disciplina ocupada en la interpretación de la atmósfera.

El panorama al que se enfrenta el conocimiento en estos albores del siglo XXI resulta bastante más turbio que aquel que soñaron los pioneros de la revolución científica, de manera que muchos científicos consideran hoy que para comprender el mundo, la vida y la sociedad no nos basta ya con las viejas leyes de la física[8]. Enfrentar el conocimiento en la actualidad exige incorporar patrones interpretativos que sean capaces de lidiar tanto con lo sistémico y lo complejo como con la dificultad de la impredecibilidad y el caos.

Pero orientar adecuadamente la nave del conocimiento para que resulte útil en su papel de formuladora de propuestas destinadas a solucionar los problemas humanos también requiere dotarnos de nuevos marcos mentales[9] con los que encuadrar las decisiones a tomar y las actuaciones a realizar, tanto de forma individual como colectivamente. Lo complejo debe sustituir a lo simple, recordándonos el viejo aserto de que los problemas complejos no encuentran solución en soluciones simplistas.

Lamentablemente, todo esto provoca notables tempestades en muchos ámbitos, tanto personales como sociales, derivando a menudo en una desestabilización mal resuelta que se expresa en la aberrante proliferación de una “postverdad” ya incorporada al léxico habitual que los negacionistas ingenuos y los interesados promueven con tanto oportunismo como gravedad. Una postverdad enfangadora que excede con creces el lícito espacio de la libertad de expresión al dificultar la distinción entre realidad y ficción, como han denunciado, entre otros, los filósofos Enrique Herreras y Marina García Granero[10].

La aplicación de la dinámica de sistemas a la interpretación del mundo, brillantemente inaugurada por el equipo de Donella Meadows en su ya lejano y aún desatendido aviso sobre los límites al crecimiento[11], la progresiva comprensión científica de la complejidad y el caos, o los avances en la interpretación neurocientífica de la mente son territorios nuevos para la exploración con el mejor sistema disponible para entender la realidad y que, según el físico Jorge Wagensberg, se resume en la aplicación sensata de tan solo tres principios: objetividad, inteligibilidad y dialéctica[12].

La concesión en 2021 del Premio Nobel de Física a tres científicos por sus contribuciones respectivas a la comprensión de los sistemas complejos fue un reconocimiento más de la relevancia que tiene el abordaje de la complejidad en la actual percepción del mundo. En un caso (el de Giorgio Parisi), el mérito residía en su trabajo sobre la teoría de los sistemas físicos complejos. En los otros dos (los de Syukuro Manabe y Klaus Hasselmann), el motivo fue la aportación seminal a la predicción del cambio climático a partir de las emisiones industriales en una atmósfera compleja[13]. También podemos interpretar los galardones como una advertencia sobre la necesidad de revisar los paradigmas que sustentan cierta cosmovisión simplista que, por la vía del deterioro del planeta, está llevando a nuestra sociedad hacia el precipicio.

En la misma línea, la aplicación de la teoría de sistemas permitió recientemente a un amplio equipo de científicos, coordinados desde el Centro de Resiliencia de la Universidad de Estocolmo, explorar las posibles trayectorias futuras del sistema climático de la Tierra. Partieron, para ello, de la reconstrucción de la singladura terrestre por el Cuaternario Tardío, caracterizada por un comportamiento cíclico entre dos estados límite: glacial e interglacial. Sus conclusiones alertan sobre la proximidad actual a una bifurcación de caminos potenciales que, de no adoptar medidas inmediatas de gestión deliberada de nuestra actuación en relación con el Sistema Tierra (básicamente a través de una reducción drástica de las emisiones de gases de efecto invernadero, pero no solo), supondría entrar en “unas condiciones climáticas más cálidas y una biosfera profundamente diferente” a la que ha conocido toda la historia de nuestra estirpe homínida[14]. No es insignificante el aviso. La incertidumbre sobre el umbral de la bifurcación es advertida, pero el análisis apunta al incremento de 2ºC de temperatura por encima de la preindustrial (por tanto, dentro de los objetivos de temperatura del Acuerdo de Paris, que no se están cumpliendo). Baste decir que en julio de 2023 hemos constatado ya un aumento de 1,5ºC. Los científicos consideran que superar aquel umbral significa penetrar en un nuevo territorio caracterizado por el riesgo elevado de que una cascada de retroalimentaciones (procesos cibernéticos en forma de bucle en los que se generan efectos retroactivos generalmente no lineales) saquen a la Tierra de la trayectoria estabilizada que ha venido manteniendo a lo largo del Cuaternario Tardío para empujarla de forma irreversible a una vía que los científicos denominan como “Tierra de invernadero” (“Hothouse Earth”), cuyos impactos sobre las sociedades humanas serían “masivos, a veces abruptos e indudablemente disruptivos”.

La solución a esta situación, bien calificada como de emergencia dentro de una crisis global, pasa inevitablemente por evitar las disfunciones advertidas en numerosos aspectos de nuestra percepción social e individual de la realidad. Para ello es preciso mejorar la eficacia de la educación y la comunicación científica, y fomentar la cohesión social repartiendo mejor los beneficios y las cargas derivados de los imprescindibles cambios socioeconómicos. Es urgente regenerar los valores éticos que fundamentan el comportamiento conjunto de la sociedad, así como entender mejor nuestra realidad biológica, que nos describe como el resultado de un largo proceso evolutivo entrelazado de forma indisoluble con la constante acción ambiental y cultural. Un proceso en el que la prosociabilidad supone un equipamiento de serie que nos caracteriza, pero que hemos de promover, pues, como aconseja el paleoantropólogo José María Bermúdez de Castro, debemos tener un cuidado extremo para no disociar biología y cultura (...) Si obviamos la biología y nos quedamos solo con la cultura, perderemos la referencia sobre nuestros orígenes. (...) Si consideramos que la cultura representa una categoría superior y diferente y que no debemos equipararnos a otras especies, es entonces cuando perdemos el rumbo[15].
Con estos mimbres es como debemos construir una cultura global nueva, asentada sobre una ciencia generadora de conocimiento y una ética democrática capaz de guiar nuestra conducta hacia una sociedad verdaderamente sostenible. El camino revolucionario hacia una cuarta cultura de la humanidad, como quise calificarla en mi último libro[16]. Para no perder este rumbo, inevitable si queremos alejarnos del precipicio al que ya nos asomamos, es preciso y urgente desmontar la oleada creciente del pensamiento reaccionario populista y ultra, negacionista, interesado y letal, que viene inundándonos de mensajes contra la ciencia, la sensatez y la realidad. Del mismo modo, debemos descartar las falsas soluciones coyunturales que buscan frenar o ralentizar los muy modestos avances conseguidos en una supuesta espera de tiempos mejores. Promover y seguir este tipo de consignas es propio de malvados que se lucran del daño o de estúpidos que no solo no obtienen provecho, sino que se perjudican con él. Y ya nos advirtió tiempo atrás el historiador y economista Carlo M. Cipolla que son los segundos aún más peligrosos que los primeros, pues los no estúpidos subestiman siempre el poder nocivo de los estúpidos, ya que “olvidan constantemente que en cualquier momento y lugar, y en cualquier circunstancia, tratar de asociarse con individuos estúpidos se manifiesta infaliblemente como un costosísimo error”[17].

 




[1] Monod, J. (1970). Le hasard et la néccessité. Seuil. París. (Trad. cast: El azar y la necesidad. Tusquets. Barcelona. 1981)

[2] Schrödinger, E. (1944). What is Life? The Physical Aspect of the Living Cell. (Hay traducción: ¿Qué es la vida? Tusquets. 1983).

[3] Crick, F. (1970). Central Dogma of Molecular Biology. Nature 227; 561-563.

[4] Bertalanffy, L. (1968). General Systems Theory. Foundations, Development, Applications. George Braziller. New York. (Trad. cast: Teoría general de los sistemas. Fondo de Cultura Económica. México. 1976)

[5] Gleick, J. (1987). Chaos. Making a New Science. Viking Penguin. New York. (Trad. cast: Caos. La creación de una ciencia. Seix Barral. 1998)

[6] Rosnay, J. (1975). Le Macroscope, vers une vision globale. Seuil. París. (Trad. cast: El Macroscopio: Hacia una visión global. AC. Madrid. 1977)

[7] Taleb, N.N. (2007). The Black Swan: The Impact of the Highly Improbable. Random House and Penguin Books. New York. (Trad. cast: El Cisne Negro. El impacto de lo altament improbable. Planeta. Barcelona. 2008).

[8] Kauffman, S.A. (2019). Kauffman, S. 2019.  World Beyond Physics. The Emergence & Evolution of Life. Oxford University Press. Oxford. (Trad. cast: Más allá de las leyes físicas. El largo camino desde la materia hasta la vida. Tusquets. Barcelona. 2021)

[9] Lakoff, G. (2004). Don't Think of an Elephant: Know Your Values and Frame the Debate. Chelsea Green Publishing. White River Junction, Vermont. (Trad. cast: No pienses en un elefante. Complutense. Madrid. 2006).

[10] Herreras, E. y García-Granero, M. 2020. Sobre verdad, mentira y posverdad. Elementos para una filosofía de la información. Bajo palabra. Revista de filosofía 24: 157 – 176.

[11] Meadows, D.H.; Meadows, D.L.; Randers, J. and Behrens, W.W. (1972). The Limits to Growth: A report for the Club of Rome's Project on the Predicament of Mankind. Universe Books. New York. (Trad. cast: Los límites del crecimiento: informe al Club de Roma sobre el predicamento de la humanidad. Fondo de Cultura Económica. México. 1972)

[12] Wagensberg. J. (1998). Ideas para la imaginación impura. Tusquets. Barcelona.

[13] https://www.nobelprize.org/prizes/physics/2021/summary/

[14] Steffen, W.; Rockström, J.; Richardson, K.; Lenton, T.M.; Folke, C.; Liverman, D.; Summerhayes, C.P.; Barnosky, A.D.; Cornell, S.E.; Crucifix, M.; et al. (2018). Trajectories of the Earth System in the Anthropocene. Proc. Natl. Acad. Sci. USA, 115: 8252–8259.

[15] Bermúdez de Castro, J.M. (2021). Dioses y mendigos. La gran odisea de la evolución humana. Crítica. Barcelona.

[16] Pascual Trillo, J.A. (2023). La cuarta cultura. Una apuesta real por la sostenibilidad Ed. Popular. Madrid.

[17] Cipolla, C.M. (1988). Allegro ma non troppo. Società editrice Il Mulino. Bolonia. Trad. cast: Allegro ma non troppo. Crítica. Barcelona. 1991).