Ante la reacción negacionista y anticientífica es necesario defender la ciencia y el conocimiento
Nunca hubo un tiempo anterior en el que el papel de la
ciencia como generadora de explicaciones satisfactorias sobre el mundo
alcanzara un grado mayor de éxito. Dichas explicaciones incluyen la comprensión
de nosotros mismos, de nuestra manera de comunicarnos e informarnos sobre lo
que nos rodea y hasta de nuestra conciencia, aspectos éstos que abordé en mi
último libro “Las ventanas del sentido común”, un título de reminiscencias
leonardianas[1].
Con toda probabilidad tampoco hubo antes momento alguno en
el que existiera una extensión tan alta de la educación formal, la formación y
la capacitación entre la población de los países considerados como más
desarrollados[2]. Quizás
también, aunque con menor seguridad, a una escala mundial[3]. Sin
embargo, pese a todos esos indicadores positivos -y de forma sorprendente- el
prestigio y la aceptación del conocimiento científico en una buena parte de la
población no refleja lo que esperaríamos.
¿Qué está ocurriendo?
¿Hacia dónde nos dirigimos?
Resulta evidente el papel que están desempeñando ciertos
actores políticos y sociales de índole reaccionaria en la extensión de ese
desprestigio y recelo ante la ciencia y el racionalismo mediante la difusión de
descabelladas tesis negacionistas, utilizando para ello la enorme incidencia y
penetración de las redes sociales, jugando tan hábil como arteramente con los
sentimientos y los sesgos cognitivos a los que todos estamos ligados.
En cualquier caso, resulta sorprendente el éxito obtenido
por parte de numerosas afirmaciones y posicionamientos públicos que no serían
esperables tan solo unos años atrás, pero que ahora son declarados sin
argumentos ni pruebas, cuando no como simples y escandalosas falsedades
presentadas bajo el supuesto amparo de la libertad de expresión y una
sorprendente etiqueta de “sin complejos”, como si no mentir o procurar no decir
insensateces fuera simplemente la manifestación de un complejo.
Así, hace unos años pocos esperarían que un exministro
español y exeurodiputado del Partido Popular europeo defendiera el creacionismo
ante un altavoz privilegiado[4];
haciéndolo, además, de una manera tan burda como lo hizo en la VI Cumbre
Transatlántica de la Red Política de Valores, una organización ultraconservadora,
donde el exministro del gobierno de Aznar afirmó sin el menor fundamento ni
recato que “entre los científicos están ganando aquellos que defienden la
verdad de la creación frente al relato de la evolución”, una afirmación tan
falsa que fue inmediatamente contestada por los científicos españoles[5]. Para
mayor escarnio, el lamentable acto tuvo lugar en una sala del Senado, la
segunda cámara del Parlamento español, motivando una oleada de indignación y
rechazo[6]. En
cualquier caso, la declaración tuvo lugar y su difusión fue notoria entre
amplias capas de la población que recibieron el mensaje de un personaje
pretendidamente notable.
A la cabeza de estas posturas anticientíficas y
“desacomplejadas” se sitúa la ultraderecha mundial, recrecida en los últimos
años y representada en España por el
partido político Vox, que no tiene reparo en ridiculizar los informes del mayor
consorcio científico sobre el cambio climático (IPCC, Grupo o Panel
Intergubernamental de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático) como “la mayor
alerta de pánico científico” o religión climática”, siguiendo la estela abierta
por el presidente estadounidense con aquel “no me lo creo” como “fundamentada”
respuesta a los informes de centenares de meteorólogos, climatólogos y otros
científicos del clima. Las declaraciones de los portavoces de Vox no dejan de
ser sonrojadamente ignorantes y a la vez pretenciosas: “No considero que exista
ninguna emergencia climática”, “la teoría de que el responsable del cambio
climático es el ser humano (…) es una tomadura de pelo”[7]. Una
postura que se extiende hacia los partidos tradicionales de derecha, como el
Partido Popular, que, temerosos del crecimiento de la ultraderecha, van
copiando poco a poco sus posturas anticientíficas y negacionistas[8].
¿Cuánto han permeado la opinión pública estas posturas?
¿Cuál es la situación actual?
Una reciente encuesta realizada a finales de 2024 por la
Fundación BBVA sobre una muestra de 2.013 individuos, representativa de la
población española de 18 y más años, arroja luces y sombras[9]: aunque
manifiesta que entre la población española predomina la racionalidad, la
cordura y la confianza en la ciencia, también indica que una nada desdeñable
parte de la misma está muy alejada de lo que se esperaría. Así, mientras que la
mayoría (64%) se identifica con la frase “La mayor parte de las cosas
importantes pueden ser explicadas por la ciencia ahora o podrán ser explicadas
en el futuro”, frente a la alternativa (“Hay muchas cosas importantes que la
ciencia no puede explicar ahora ni podrá explicar en el futuro”), que recibe un
33% de aceptación (el resto son opciones del tipo “no sabe/no contesta”),
existen contrastes destacables por sectores de la población en relación con el
valor explicativo de la ciencia. Hay diferencias según el nivel de estudios, al
diferenciar las respuestas según se tengan estudios primarios, secundarios o
terciarios. Mientras la frase de valoración alta de la ciencia solo es elegida
entre los primeros por el 55%, alcanza el 77% entre los que poseen estudios
terciarios (es del 63% entre los que tienen estudios secundarios, que se ubican
en la media global). También hay diferencias cuando los encuestados se ordenan
por su grado de religiosidad estimado en una escala de 0-10 de acuerdo con su
propia identificación. En este caso, el valor explicativo de la ciencia es
reconocido por el 74% de los que afirman tener una religiosidad baja (0-4),
frente al 49% entre los de religiosidad alta (6-10).
Vuelven a observarse diferencias cuando los encuestados se
autoclasifican de acuerdo con su ideología política (siendo 0 la izquierda
máxima y 10 la derecha máxima). El valor mínimo se observa entre los que se
identifican con la extrema derecha (8-10), con un 55%, y el máximo entre los de
izquierda moderada (3-4) con un 78%. Los identificados con ideologías de
extrema izquierda (0-2) muestran un valor también muy alto en su valoración de
la ciencia (76%), mientras que los de derecha moderada (6-8) y centro (5) se
quedan en un valor del 60%. Las clasificaciones por sexo y edad no arrojan
diferencias tan destacadas como las apuntadas.
Según estos datos, resulta importante atender al efecto de
estos factores (nivel de estudios, religiosidad e ideología) al analizar la
valoración concedida al poder explicativo de la ciencia. Con un mayor nivel de
estudios, una menor religiosidad y una identificación con ideologías más
progresistas o de izquierdas se encuentra una mayor valoración de la ciencia.
Es importante también destacar de este estudio que el
porcentaje global de los que no confían en la ciencia alcanzaría a un tercio de
la población española.
En otros países industrializados las situaciones son
similares o incluso peores. En su libro “Racionalidad”[10], el
psicólogo evolutivo Steven Pinker ofrece datos procedentes de varias fuentes[11] sobre
la población estadounidense según las cuales el 42% creen en la posesión por el
demonio, 41% en la percepción extrasensorial, 32% en fantasmas y espíritus, 29%
en la comunicación con los muertos, 25% en la astrología, 26% en la energía
espiritual de montañas, árboles y cristales, 24% en la reencarnación, 21% en
brujas… Son datos procedentes del país con la mayor cantidad de científicos e
instituciones científicas punteras del mundo.
En la encuesta española de la Fundación BBVA también se
preguntaba sobre el grado de confianza en distintas áreas de la vida
contemporánea, unas científicas y otras no. En una escala de 0-10, las
valoraciones medias de los encuestados mostraban que confiaban más en la
medicina (8,6) o la ciencia (8,5) que en la tecnología (7,8). Son valores elevados
que se sitúan por delante de la valoración de aspectos como la democracia
(6,0), las leyes o el estado de derecho (5,9) o el mercado (5,4). El último lugar
lo ocupaba la religión con un valor medio de 3,5, siendo la única área de las
preguntadas en la que no se alcanza el aprobado. Teniendo en cuenta la
importancia que parece tener la religiosidad en la valoración de la ciencia y
las disciplinas científicas, el mayor grado de secularización de la población
española posiblemente explique en buena parte las diferencias con los resultados
de las encuestas realizadas en Estados Unidos, donde aproximadamente un 75% de
la población se identifica con alguna religión (mayoritariamente cristiana)[12].
Llagados a este punto, es interesante echar un vistazo a la identificación
de diferentes materias como científicas en el estudio de la Fundación BBVA, que
emplea para ello también una escala de 0 a 10. Al margen de lo esperable para
materias como medicina (9,2), matemáticas (9,1), física (8,9), ingeniería
(8,8), biología (8,7) e informática/ciencias de la computación (8,4) que, por
este orden de mayor a menor, superan holgadamente en todos los casos el 8,
obtienen valores altos los estudios del cambio climático (7,8), la astronomía
(7,7), la psicología (7,6), la economía (7,2) y la sociología (7,0). Más
sorprendente es el valor medio de consideración científica superior a 5 en
disciplinas contempladas por expertos como pseudociencias, como es el caso de
la quiropráctica (5,9), la acupuntura (5,6) o la astrología (5,1). Tan solo la
homeopatía (otra pseudociencia) no alcanza ese valor, aunque por poco (4,7).
Estos datos reflejan una identificación cuando menos sospechosa de la
cientificidad de ciertas materias y sitúan en un punto de mayor escepticismo la
alta valoración de la ciencia que vimos antes.
Aunque la mayoría de los encuestados manifiesta no
identificarse con creencias “alternativas”, algunas de las cuales resultan ser
claramente residuales, como son el caso del terraplanismo, la influencia del
número 13 en la mala suerte o la predicción correcta de los horóscopos sobre el
futuro de las personas (que en ningún caso superan el 6%), llama
preocupantemente la atención el alto porcentaje relativo de los que creen en la
influencia de astros y planetas en la vida diaria de las personas (aunque
desconfíen de la capacidad predictiva de los horóscopos en una gran parte) o
que seres extraterrestres hayan visitado la Tierra; en ambos casos un 30%. Más
asombroso aún es que un 24% crea en la comunicación con los espíritus, un 18%
en la magia, un 14% en las brujas y un 13% en la eficacia de los curanderos
para curar enfermedades graves (valores ligeramente “mejores” que los que
recogía Pinker de las encuestas estadounidenses, aunque no muy distantes). En
todos estos aspectos influyen, sin duda, aspectos emocionales así como la
búsqueda de consuelo vital ante la muerte y las desgracias, un elemento crucial
en el desarrollo de la espiritualidad y de las creencias distantes del
conocimiento científico y racional, creando un espacio de fragilidad para la
penetración de proposiciones pseudocientíficas o claramente anticientíficas.
Los tiempos de crisis (y no faltan los motivos para afirmar
que nos encontramos en uno de ellos: crisis climática y ambiental, crisis
económica global, crisis de un modelo de relaciones internacionales creado en
la postguerra mundial, etc.) son periodos de incertidumbre que generan
inestabilidad, inseguridad y angustia en muchos sectores de la población que se
sienten abandonados o maltratados y que, en una parte importante, buscan
consuelo en soluciones simplistas o irreales que se apresuran a ofrecerles los abanderados
de la ultraderecha, los hipernacionalismos y las respuestas autoritarias. De
esta manera adquieren una importante cuota de poder aquellos que en otros
tiempos apenas aspirarían a tener audiencia debido a la irracionalidad y el
simplismo de sus propuestas. Que personajes como Robert F. Kennedy Jr., un
destacado representante del movimiento antivacunas, ocupe actualmente el cargo
de secretario de Salud en Estados Unidos por nombramiento directo de un Donald
Trump no menos anticientífico, no ayuda precisamente a sustentar desde el poder
la defensa del conocimiento científico, en este caso en el crucial campo de la
medicina y la salud. Y ello no solo por el efecto directo de sus decisiones
efectivas[13] sino
también por la perniciosa influencia que tienen sus frecuentes declaraciones
carentes de fundamento científico y que no solo afectan a su propio país, sino
que tienen efectos fuera, como muestra el caso de la vacunación contra el
sarampión en México[14]. Si a
ello se añaden las consecuencias de las insolidarias decisiones adoptadas por
el gobierno de Estados Unidos con enorme repercusión internacional, como es la
salida del país de la Organización Mundial de la Salud o la cancelación del 83%
de los fondos de USAID de ayuda al desarrollo, la situación adquiere tintes muy
preocupantes.
La influencia de esa visión y misión activa contra la
ciencia representada por el entorno “MAGA” que aupó al poder al multimillonario
en negocios inmobiliarios Donald Trump ha logrado extenderse por otros países
gracias a la amplia red de conexiones políticas de la ultraderecha mundial,
alcanzando en algunos casos el poder, como es el caso de Orban en Hungría o
Miley en Argentina, mientras otros aspiran con cierto fundamento a alcanzarlo o
al menos compartirlo o condicionarlo, como es el caso de Vox en España o la AfD
en Alemania, entre otros.
Ya a finales de 2020, el pediatra y especialista en
enfermedades tropicales Peter Hotez, del Baylor College of Medicine, inventor
de una vacuna de bajo coste contra la covid-19, constataba el “fuerte aumento
de la retórica anticientífica en Estados Unidos, especialmente por parte de la
extrema derecha política, centrada principalmente en las vacunas y,
últimamente, en las estrategias de prevención contra la covid-19”[15], motivo
por el cual fue acosado por esos grupos. Hotez denunciaba entonces la
emergencia de “un nuevo triunvirato en torno a la anticiencia, compuesto por
destacados comités de acción política y organizaciones anticientíficas en
Estados Unidos, organizaciones políticas nacionalistas o neonazis en Alemania,
y la desinformación rusa difundida por el gobierno y los medios de comunicación”.
Este tipo de estrategias políticas eficazmente organizadas
llegan a la opinión pública a través de las redes sociales (la mayoría de ellas
controladas actualmente por multimillonarios afectos de un modo u otro al
movimiento trumpista MAGA) en forma de teorías conspiranoicas que, aunque
puedan parecer delirantes, ejercen un gran efecto social porque, como sostiene
el sociólogo de la Universidad Rutgers Ted Goertzel, son fáciles de difundir y
difíciles de refutar, pues en estos falsos debates, “la información objetiva
importa menos que las apelaciones emocionales, las acusaciones sin fundamento y
las especulaciones sin verificar”[16].
Goertzel recuerda que una de las estrategias favoritas de
los activistas contra la ciencia y los pseudocientíficos consiste en pretender
que hay dos posturas igualmente lícitas para responder a cada pregunta y que,
por ello, cada lado tiene derecho al mismo tiempo en los debates sociales
(incluyendo los medios formales de comunicación o transmisión de la información
o en la misma educación) para defender su opción. Así, se quiere exigir el
mismo derecho a presentar la defensa del creacionismo que la teoría evolutiva,
la inexistencia del cambio climático que el consenso científico sobre la
causalidad antrópica del mismo, el terraplanismo que la esfericidad terráquea;
ignorando de este modo la evidencia y el consenso científico existente al
respecto. Absurdo, pero efectivo, pues para una parte de la población que
recela de las élites, incluyendo en las mismas al colectivo de los científicos,
toda formalización ultralibertaria, aunque esté dotada de una notable simpleza
de argumentos, resulta atractiva. A fin de cuentas -argumentan con una aparente
ingenuidad que esconde el cinismo real- la ciencia ha de ser siempre escéptica
y suspicaz con sus propios avances, por lo que todo puede ser puesto en
cuestión como si no existieran avances, normas y métodos. Ante tal distopía,
Goertzel se pregunta: “¿Cómo podemos distinguir entre los excéntricos
divertidos, los sinceramente equivocados, los litigantes avariciosos y los
escépticos serios que cuestionan un consenso prematuro?”. Como advierte que “ningún particular tiene el
tiempo ni la experiencia para examinar la literatura de investigación original
sobre cada tema”, apunta hacia la importancia de “contar con algunas pautas
para decidir qué teorías son lo suficientemente plausibles como para merecer un
examen serio”. En resumen, resulta importante conseguir discriminar aquellas
propuestas que sean razonables y coherentes bajo el criterio de la construcción
del conocimiento, por más que en ocasiones resulten innovadoras o rupturistas,
de las elucubraciones conspiranoicas o pseudocientíficas que ignoran,
tergiversan o pervierten el funcionamiento de la ciencia, pues, concluye
Goertzel, “en el clima político actual, los científicos deben ser cuidadosos al
publicar hallazgos sobre temas controvertidos, asegurándose de que hayan sido
revisados exhaustivamente
y de que los conjuntos de datos estén disponibles
para que otros los analicen”.
Por todo lo anterior se hace necesario reaccionar desde la ciencia, la
racionalidad y los valores emanados de la Ilustración y la democracia para
evitar retroceder ante los empujes irracionales e interesados de quienes hacen
de la simplicidad, el odio, el autoritarismo y la animadversión ante la
construcción racional del conocimiento su campo de batalla.
[1] J. A.
Pascual Trillo. 2025. “Las ventanas del sentido común. Sentidos, percepción y
conciencia desde una perspectiva evolutiva”. Editorial Laetoli, Pamplona.
[2] Como
dato para España valga esta referencia textual del informe “El nivel educativo
de la población en España y sus regiones: actualización hasta 2019”, elaborado
por Ángel de la Fuente (Fedea e Instituto de Análisis Económico (CSIC) y Rafael
Doménech (BBVA Research y Universidad de Valencia), publicado en julio de 2021
en Estudios sobre la Economía Española - 2021/23 (RegDatEdu_v51_1960_2019): “Los
cambios registrados en la estructura educativa de la población durante el medio
siglo largo analizado han sido dramáticos. En 1960, el 15% de la población
adulta española no sabía leer ni escribir, el 94% no había ido más allá de la
escuela primaria y menos de un 3% tenía algún tipo de formación superior.
Sesenta años más tarde, el analfabetismo prácticamente ha desaparecido, más de
un 70% de la población tiene al menos algún tipo de educación secundaria y en
torno a un 25% ha accedido a la educación superior. Esta considerable mejora
del nivel de formación se ha traducido en un incremento de casi el 120% en el número
medio de años de educación de la población adulta, que han aumentado de 4,7 a
10,4 durante el periodo de interés.
[3] Ver el
informe sobre equidad e inclusión en la educación mundial de la UNESCO,
publicado en 2020 (“Informe de Seguimiento de la Educación en el Mundo 2020:
Inclusión y educación: Todos y todas sin excepción”. UNESCO, Paris, 2020),
donde se destacan los retos y los problemas: “A nivel mundial, el éxito de los
esfuerzos por llegar primero a los más rezagados es desigual. La finalización
de la escuela primaria y secundaria ha mejorado en promedio y para todos los
grupos principales, definidos por sexo, ubicación y nivel de ingresos. La
mejora ha sido marginalmente más rápida en el caso de los niños que viven en
zonas rurales en relación con el promedio. Lo mismo ocurre con la finalización
de la escuela primaria entre los más pobres. Podría decirse que en ninguno de
los dos casos están recuperando el retraso: al ritmo actual, subsanar la brecha
llevará decenios. En el caso de la finalización de la escuela secundaria, los
más pobres se están quedando más rezagados”.
[4] Así lo
expresó, sorprendido, el periodista Ignacio Escolar: “Pensábamos que estos
debates ya no tenían cabida, pero aquí están, resurgiendo con fuerza en todo el
mundo”, o: “Nunca pensé que veríamos un político creacionista en España, y
menos alguien con la responsabilidad que tuvo Mayor Oreja". (“El
creacionismo de Mayor Oreja no es una creencia más”. Cadena Ser, 3 de diciembre
de 2024
[https://cadenaser.com/nacional/2024/12/03/el-creacionismo-de-mayor-oreja-no-es-una-creencia-mas-y-gonzalo-velasco-explica-como-desactivarlo-cadena-ser/]).
[5] Valga
como ejemplo el comunicado “La evolución biológica es un hecho probado: el
consenso científico rechaza el creacionismo desde hace más de un siglo”,
acordado por la Junta Directiva de la Sociedad Española de Biología Evolutiva
el 9 de diciembre de 2024.
[https://sesbe.org/la-evolucion-biologica-es-un-hecho-probado-el-consenso-cientifico-rechaza-el-creacionismo-desde-hace-mas-de-un-siglo/].
[6] “No es
lo mismo quienes justifican sus creencias desde el sentido común y la ciencia,
que quienes lo hacen de manera dogmática", señaló al respecto el filósofo
del Universidad Carlos III Gonzalo Velasco, advirtiendo que permitir este tipo
de actos en el Senado otorga legitimidad a creencias injustificadas y que los
derechos de expresión y creencia no eximen de presentar argumentos coherentes y
civilizadamente fundamentados, lo que no ocurre al plantear el creacionismo
como una alternativa igualitaria a la evolución. (“El
creacionismo de Mayor Oreja no es una creencia más”. Cadena Ser, 3 de diciembre
de 2024 [https://cadenaser.com/nacional/2024/12/03/el-creacionismo-de-mayor-oreja-no-es-una-creencia-mas-y-gonzalo-velasco-explica-como-desactivarlo-cadena-ser/]).
[7] “Vox
alimenta el negacionismo para pescar votos entre los perdedores de la
transición energética”. El País, 11 de agosto de 2021. [https://elpais.com/clima-y-medio-ambiente/2021-08-11/vox-alimenta-el-negacionismo-para-pescar-votos-entre-los-perdedores-de-la-transicion-energetica.html].
[8] “El
Pacto Verde: un acuerdo del que se distancian los populares europeos por la
presión de la ultraderecha”. El País, 17 de marzo de 2025. [https://elpais.com/espana/2025-03-17/el-pacto-verde-un-acuerdo-del-que-se-distancian-los-populares-europeos-por-la-presion-de-la-ultraderecha.html].
[9] “Estudio
Fundación BBVA sobre Creencias de base científica y creencias y prácticas
alternativas”
[https://www.fbbva.es/noticias/estudio-opinion-publica-creencias-practicas-alternativas/].
[10] S.
Pinker. 2021. “Racionalidad” (P. Hermida Lazcano, Trad.) Paidós, Barcelona.
(Original de 2021: “Rationality”).
[11] Una
encuesta Gallup de 2009 y una publicación del Pew Forum on Religion and Public
Life de 2009.
[12] Según
la media de encuestas Gallup de 2023. No obstante, esta empresa de análisis y
asesoría señalaba en su informe el abandono de la religiosidad en una buena
parte de la población estadounidense en las últimas décadas, de manera que
mientras en 1965 el 70% de los encuestados afirmaban que la religión era muy
importante en sus vidas, tan solo un 45% lo mantenía en 2023.
[13] Como
mero ejemplo, el secretario de Salud estadounidense despidió el 9 de junio de
2025 a los 17 miembros del comité asesor sobre inmunización de los Centros para
el Control y la Prevención de Enfermedades, un comité compuesto por reconocidos
epidemiólogos, especialistas en enfermedades infecciosas, pediatras y expertos
en vacunas, en una medida claramente dirigida a socavar la confianza de la
sociedad americana en los programas de vacunación y que ha sido calificada como
“un desastre absoluto de salud pública” por Sean O’Leary, presidente del comité
de enfermedades infecciosas de la Academia Americana de Pediatría.
[14] “La
política antivacunas de Estados Unidos es un problema de salud pública para
México”. El País. México. 24 de marzo de 2025. [https://elpais.com/mexico/2025-03-24/los-politicos-antivacunas-en-estados-unidos-un-problema-de-salud-publica-para-mexico.html].
[15] P. J. Hotez. 2020. “Anti-science
extremism in America: escalating and globalizing”. Microbes and Infection
22(10): 505-507.
[16] T. Goertzel. 2010. Conspiracy
theories in science. EMBO Rep. 11 (7): 493-9.